¿Que cómo estoy?
¿Que
cómo estoy? ¿Que cómo lo llevo? ¿Que cómo se está volviendo a la rutina?
¿Por
dónde empiezo?
Creo
que, hoy en día, no importa si estoy en Israel, en Chile o en cualquier otro
lugar de la diáspora; el dolor y el luto que se siente como propio lo sentimos
todos los judíos del mundo. Es propio.
Cuando
celebramos Pesaj, hablamos de cómo Dios “NOS sacó de Egipto”, hoy lo entiendo,
hoy no es una tradición o simbolismo para internalizar nuestra historiaꓼ el
dolor y luto sí que es propio, raptaron a NUESTROS hijos, asesinaron a NUESTROS
familiares, NOS masacraron, a todos.
¿Sobre
cómo estoy? Como toda nuestra gran familia, rota. Pero soy fuerte, pertenezco a
este pueblo maravilloso, el cual cada vez me sorprende más con su fortaleza y
solidaridad, somos fuertes. Vemos luz en medio de las cenizas, en medio de la
oscuridad más cegadora, somos luz.
Cuando
mi adorado tío abuelo, integrante del Palmaj y posterior Tzahal, falleció, cité
sus palabras, palabras sabias que utilizó tantas veces ante tantas pérdidas que
soportó, le pedí sentir lo que él tanto me dijo: “es difícil, pero va a pasar,
soy fuerte, como siempre” (""זה קשה, אבל זה יעבור, אני חזק, כמו תמיד). Ahora lo entiendo. Es difícil, pero, como siempre, lo vamos a
superar, somos fuertes. Lo dijimos en la inquisición, lo dijimos en el
holocausto, lo decimos hoy.
Durante
los días siguientes al 7 de octubre, la incertidumbre era ensordecedora,
paralizante. Aún había poblados tomados por terroristas en el sur, de las
cifras de asesinados y secuestrados ni hablar, no sabíamos nada. El mayor miedo
era el de, por primera vez, sentirte vulnerable y desprotegido en tu propia
casaꓼ si siguen en el sur, ¿será que han podido llegar
también hasta acá?[1] ¿Cómo
hago para transmitirle una “rutina” cercana a lo normal a mi hija de casi dos
años si por dentro tengo un miedo aturdidor? Lo hice, lo sigo haciendo, soy
madre, una madre judía.
Durante
el día nuestros hijos, nuestros pedacitos de cielo, nos iluminan y nos hacen
vivir una realidad ficticia, nos anestesian con una felicidad real y genuina.
Un día a la vez, entre noticias terroríficas y sirenas antibombas que nos hacen
correr al bunker, si tenemos la suerte de tener uno cerca, pasó un día más, y
llega la noche. Nuestra anestesia está dormida, feliz, abstracta de esta
realidad inhumana, ella duerme y también mi rol como madre baja las defensas y
me vuelvo más vulnerable. El problema con las pesadillas es que controlan tu
mente y llegan, de manera involuntaria y sin aviso. Noticias, familias quemadas
vivas, mujeres y niñas violadas, bebés decapitados, BEBÉS DECAPITADOS, en sus
camas, mientras duermen… las tan lúcidas pesadillas vuelven y se apoderan de mi
mente, una mente que tanto suelo controlar, pero que, a veces, cuando bajo la
guardia, me traicionaꓼ ¿cómo me saco esa imagen?, ¿cómo dejo de imaginar
cosas que no puedo decir en voz alta, que no puedo siquiera escribir acá?
Y ahí es cuando trato de ganarle a mi mente y a esas pesadillas y recuerdo
la realidad de otros, la realidad de las familias de los 1400 asesinados, la
realidad de las familias de los más de 240 rehenes de Hamas, lo que vivieron
las familias que hoy existen solo en la memoria, vieron morir a sus hijos, los
vieron ser torturados… ¿es real lo que escribo? ¿Cómo puede serlo?
Pienso en los niños secuestrados, ¿tendrán agua?,
¿pasarán hambre?, ¿alguien le cambiará los pañales?, ¿pueden siquiera llorar?,
Dios mío. Mi mente se llena de estas imágenes terribles, qué ganas de poder
parar mi imaginación, pero… ¿es acaso mejor la realidad?
Todo este miedo y angustia nos hizo cuestionarnos como familia el irnos a
Chile por un tiempo, a que nuestra hija pudiera tener una rutina más normal. Me
era tan extraño pensar en esa opción, después de haber repetido tantas veces
que nunca me había sentido más segura como en Israel. Hice aliyáh el 2014, en
medio de otra guerra, el día en que amenazaron el aeropuerto Ben Gurión, nunca
tuve miedo, nunca me sentí más segura que en Israel, hasta el maldito 7 de
octubre.
No sé cuál fue la razón exacta de decidir
quedarnos acá, nunca estuve segura de la decisión, pero hoy, sin apartarme de las
noticias ni un segundo, como todos los días, lo entiendo; veo a las familias de
los asesinados hablar, veo a los soldados que están dentro de Gaza, veo a
madres inundadas de orgullo por sus hijos que hoy no están, y suena irónico,
pero es en ellos en quien encuentro consuelo, ellos siguen creyendo, aman la
vida y aman este pueblo, ellos hacen que este luto colectivo sea vivible… ¿lo
podría haber sobrellevado en Chile? Creo que no. Menos hoy.
Menos hoy que el gobierno me ha decepcionado,
menos hoy que la ciudadanía me ha decepcionado.
Tengo miedo, pero a diferencia de las primeras semanas de la guerra que
temía por mi vida y la de mi familia en Israel, hoy temo por mi gente en Chile,
en mi querido Chile. Hoy, debido a una alarmante ignorancia, desconexión de la
realidad y odio extremo infundado, he tenido que sumar a mis rezos no solo la paz
y seguridad en Israel, no solo el cuidado de nuestros soldados y el retorno de
los secuestrados, tengo que rezar también por la seguridad de mi familia y
amigos en Chile, quienes siento, están desprotegidos. El Estado no solo
abandonó a 10 mil chilenos en Israel, también abandonó a los casi 20 mil judíos
en Chile. No solo no los protege, sino que avala su persecución y linchamiento.
Tengo
miedo, pero ahora no es lo que pase en Israel lo que me asusta, sino lo que
está pasando en el mundo. Un mundo roto, alejado de la humanidad y de la
empatía que tanto proclaman. ¿Cómo no lo ven?, ¿cuándo se va a acabar esta
pesadilla?
Me lo vuelvo a recordarꓼ un día a la
vez.
Hace pocos días fue el funeral de un soldado de 19 años que murió en
enfrentamientos en Gaza, defendiendo el pueblo, el estado en el que tanto
creemos. Roy era de Ra’anana, la ciudad donde vivo. Desde su casa al cementerio,
las calles estaban repletas de personas con banderas de Israel, pavimentando su
último recorrido, su último adiós… decidí ir. Fui con mi bandera, en medio de
un día que amenazaba se avecinaba una tormenta… pasó casi una hora hasta que
llegó la carroza fúnebre y el cortejo. Cada minuto hasta que llegó, no dejé de
impresionarme y emocionarme hasta las lágrimas de mi país, haciéndolo otra vezꓼ
viviendo el luto de esa familia como si fuera propio, ¿cómo podemos llorar a
alguien que nunca conocimos? Y es que es nuestro luto, y es que así somos.
Comenzó la tormenta. Y camino a casa me
puse a pensar en por qué esa madre tiene que enterrar a su hijo, ¿qué le
importan a ella las banderas y la gente honrándolo si su hijo ya no está? Hay
respuestas que nunca tendremos. Es tan injusto… pero es injusto desde que
existe el pueblo judío y, si tengo una sola respuesta de toda esta pesadilla
que estamos viviendo, es de que nunca me sentí más segura y más orgullosa de
pertenecer a este pueblo.
Llegué a mi casa donde me esperaban mi
marido y mi hija. Había también un gran arcoíris, que se encargó de iluminar
Israel.
¿Qué cómo estoy? Es difícil, pero va a pasar,
soy fuerte, somos fuertes… como siempre.
[1] Yo vivo en
Ra’anana, una ciudad a 20km al norte de Tel Aviv, a unos 80K al norte de
Sderot.