Buscando la recompensa
Por Gachi Waingortin
Esta mishná nos propone una serie de reflexiones interesantes. Hay dos motivaciones posibles para pedir grandeza. Podríamos pensar en alguien que no se siente reconocido por su medio. Nadie valora lo que hace, lo critican sin motivo, lo anulan. No es a esa persona a quien se dirige la mishná, esa persona debe pedir la grandeza que le corresponde. Todos merecemos que se aprecien nuestros esfuerzos, es gratificante, es sano y necesario.
Pero hay quien busca la grandeza y los honores, no porque se los nieguen sino porque se siente pequeño. Es tan poca su grandeza interior que necesita recibirla de afuera. Son los que ponen cortapisas a los proyectos de los demás, pero luego se arrogan los logros ajenos. Son personas para quienes todo avance del otro es vivido como un retroceso propio.
Buscar la grandeza y los honores nos habla de una gran falta de seguridad personal y de autoestima; y la mishná se hace cargo de esto con algunas indicaciones. La primera: estudia Torá para actuar según sus enseñanzas. El estudio de Torá debería inspirarnos en nuestra conducta lo que, junto con una buena terapia, puede ayudar a que nos valoremos más. Textos como “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18) o “No seas malo contigo mismo” (Pirkei Avot 2:18) pueden gatillar el cambio.
Estamos hablando de estudiar para hacer, para nutrirnos y ser mejores. No estamos hablando de lo que Jacob Bronowski, judío polaco, matemático y divulgador científico, dice a propósito de la banalidad del conocimiento por el conocimiento: “Debemos curarnos del ansia de conocimiento absoluto y de poder. Debemos acortar la distancia entre la motivación de los impulsos y el acto humano. Debemos acercarnos a las personas” (1). Si no intentamos equiparar nuestras intenciones con nuestras acciones, el conocimiento puede convertirse en algo vano o, peor aún, en una herramienta de soberbia y de poder. El conocimiento por el conocimiento nunca fue parte de nuestro concepto de sabiduría. La consecuencia necesaria del estudio debe ser realizar actos de bien e intentar vivir de acuerdo con lo que intuimos que D´s quiere de nosotros. Eso puede ayudarnos a que nos miremos con un poco más de respeto, mejorando nuestra autoestima.
Lo que nos lleva a la siguiente frase. Solo puedes envidiar aquello de lo que careces; la mishná te está diciendo que ya lo tienes, pero no lo ves. Tu mesa es más grande que la de los reyes y tú no lo sabes, por eso los envidias. Lo mismo pasa con la corona. ¿En qué se diferencian? La mesa se refiere a lo material. Muchos envidian lo ajeno. En contra de lo que se podría pensar, la envidia no tiene relación con la cantidad de bienes que se posean. Hay gente muy adinerada y muy envidiosa. En Pirkei Avot 4:1 Ben Zoma se pregunta “¿Eizehu ashir?”, ¿quién es rico? Y contesta “Hasameaj bejelkó”, el que es feliz con lo que tiene. La medida de la riqueza no está en el monto de nuestras posesiones sino en la valoración que tengamos de ellas.
Recordemos la conversación entre Jacob y Esav cuando se reencuentran tras veinte años de ausencia. Jacob busca el perdón de su hermano, a quien ha robado la bendición paterna, enviando gran cantidad de regalos. Esav los rechaza diciendo: “Tengo mucho, hermano mío, sea para ti lo que es tuyo”; pero Jacob responde: “Toma por favor mi presente, porque lo tengo todo” (Bereshit 33: 9-11). Tener mucho implica la posibilidad de tener más. Implica haber sopesado y comparado. Tenerlo todo no habla de cantidad, sino de estar satisfecho con lo que se tiene. El que es rico según la definición de Ben Zoma no envidia nada a nadie, sabe que su mesa es más grande que la de los reyes porque es feliz con ella.
La corona, por su parte, se refiere a lo intangible, los afectos, los valores, el conocimiento; nuestros talentos y capacidades, nuestro cuerpo, nuestra salud. Deberíamos aprender a considerar que cada día estamos todo lo bien que podemos estar dadas las circunstancias. Y, en estos tiempos de crisis, no olvidar agradecer por lo que somos y por lo que tenemos. Nuestra corona es más grande que la de los reyes.
Si logramos vivir en ese estado de satisfacción, podremos sentir que también D´s lo estará. Entramos así en un círculo virtuoso, donde la idea de agradar a D´s nos estimulará para seguir en ese camino. Pirkei Avot 4:2 nos dice “Sjar mitzvá mitzvá”, cumplir una mitzvá ya es un premio en sí mismo. También lo son las consecuencias lógicas de nuestras buenas acciones.
El premio y el castigo existen en el judaísmo, pues son inherentes al concepto de ley. Una ley carece de sentido si no hay consecuencias por su cumplimiento o trasgresión. Pero las mitzvot no traen premio aquí y ahora de manera lineal. Cuando no vemos la recompensa en este mundo, debemos saber que sí la habrá en el olam habá. Para poder seguir confiando en la justicia divina, necesitamos que la recompensa exista, aunque esté más allá de lo evidente.
Entender a D´s como el dueño de nuestros quehaceres marca la última etapa del proceso de crecimiento. Debemos amarnos y valorarnos por lo que somos, tomar conciencia de nuestras capacidades y de todo lo que tenemos, actuar siempre según los valores de la Torá y nunca olvidar para Quién trabajamos. La recompensa no está en la grandeza ni en los honores, sino en la sensación de ser feliz con lo que tienes y en saber que estás haciendo lo correcto a los ojos de D´s.
(1) Agradezco esta cita a mi amiga Miryam Singer.