Visibilizar y criticar al imperialismo ruso.
Por Manuel Férez, Académico
Esa arrogante, egoísta y parcial aproximación ha tenido varios efectos negativos entre los que destaca el que se haya permitido que las narrativas colonialistas e imperialistas rusas sobre Ucrania no sólo hayan encontrado cabida y justificación sino que hayan sido adoptadas y replicadas, consciente o inconscientemente, por muchos de nuestros académicos y analistas, lo que resulta sorprendente y preocupante en una Latinoamérica que ha experimentado el colonialismo e imperialismo en carne propia por largos periodos de su historia.
Sólo hace falta dar un vistazo a los programas de estudio de carreras como periodismo, comunicación, ciencia política, historia, sociología, literatura, estudios culturales y de género de nuestras universidades, asistir a conferencias y cursos impartidos en centros de investigación y museos o leer la producción académica y cultural latinoamericana para entender que la crítica y cuestionamiento al colonialismo e imperialismo occidental (inglés, francés, español y norteamericano principalmente) es central en ellos y que los enfoques y propuestas decoloniales y poscoloniales son hoy dominantes en dichos espacios.
Por lo anterior, resulta paradójico y preocupante, que en esas mismas élites académicas latinoamericanas no sólo la comprensión y visión de Rusia como una potencia colonialista e imperialista sea inexistente, sino que muchos especialistas y profesores hayan adoptado y reproducido, trabajando incluso para medios de propaganda rusa, la narrativa y visión de esa potencia imperialista que hoy impunemente destruye Ucrania como en 2008 lo hizo en Georgia (país que sigue siendo ocupado por Moscú) y ha sojuzgado, violentado y colonizado a muchos pueblos y naciones.
Lo anterior me hace recordar una entrevista que hace pocas semanas realicé a Ewa Thompson, especialista en estudios eslavos y autora, entre otras publicaciones, de Imperial knowledge. Russian Literature and Colonialism. Thompson señala que el imperialismo y colonialismo rusos modernos han pasado desapercibidos en Occidente por dos razones principales: una errónea creencia de que el imperialismo ruso era una cuestión meramente precomunista superada por la URSS y porque la misma Unión Soviética y la Rusia actual trabajaron y trabajan intensamente para que sus prácticas coloniales e imperialistas, tanto zaristas como soviéticas, sean invisibles para las élites políticas, culturales y académicas en varios países africanos, del Medio Oriente y latinoamericanos que padecieron y lucharon contra el imperialismo occidental.
El proceso propagandístico ruso es fácilmente superable si se hace una aproximación seria y apolítica a la historia rusa en la cual surge claramente un patrón expansionista y colonialista tanto en su periodo zarista como soviético que han sido en nuestros días retomados por la Rusia postsoviética. Thompson afirma que la política y cultura rusas heredaron de los mongoles, quienes gobernaron Moscú durante dos siglos y medio, ese impulso expansionista que en la época zarista se ejerció bajo el pretexto de estar “civilizando” a pueblos bárbaros (mismo argumento colonialista utilizado por ingleses, franceses y otros países europeos para justificar sus expolios) y continuó latiendo en el corazón de la identidad rusa a lo largo del periodo soviético y hoy con Putin reaparece con toda su potencia.
Si vemos a Rusia desde esta perspectiva queda claro que de manera estructural y recurrente se ha visto beneficiada por el expolio de los recursos de tierras europeas, asiáticas y caucásicas arrebatadas a naciones y pueblos de manera similar que el occidente colonial se benefició de sus colonias en Asia, Medio Oriente y América. ¿por qué no se reflexiona en América Latina sobre este saqueo ruso equivalente a lo que se vivió y sufrió en nuestras tierras?
Este impulso imperialista no terminó, como la propaganda soviética pretende imponer y algunos académicos fingen creer para su beneficio personal, con el fin del zarismo y el inicio del periodo soviético, por el contrario, la arrogancia imperial, el orientalismo, el racismo y la búsqueda de intereses coloniales fueron rasgos característicos del dominio soviético tanto en el sur del Cáucaso como en Asia y el este de Europa. Si bien, aparentemente, el comunismo no prestaba atención a la nacionalidad, y esto debilitó en cierta medida la presión y la discriminación nacional de las naciones no rusas dentro de la URSS e incluso algunos miembros de nacionalidades no rusas pudieron avanzar en el mundo político al igual que los rusos, eso no significó que la explotación de recursos naturales y naciones no rusas fuera menos opresiva que la zarista.
Ucranianos, armenios, azerbaiyanos, georgianos, circasianos, chechenos, letones, lituanos, polacos, estonios, húngaros, polacos, tártaros de Crimea, cosacos de Kuban, bielorrusos, mokshas, erzyas, carelios, tunguses, yakutios, por mencionar sólo algunas naciones, son pueblos ignorados por nuestros académicos y especialistas que han sufrido limpiezas étnicas, genocidios, transferencias y asimilaciones forzadas, masacres, expropiaciones a manos de los rusos y que, tristemente, están ausentes de nuestros programas de estudio universitarios, nuestra literatura y medios de comunicación.
¿Por qué no se habla en América Latina de este colonialismo e imperialismo? ¿por qué intelectuales, académicos e incluso artistas latinoamericanos callan, cuando no validan y blanquean, las agresiones rusas? ¿Por qué no hay un sentido de solidaridad y empatía entre nuestros investigadores latinoamericanos hacia sus colegas provenientes de esas naciones colonizadas, violentadas y sometidas a despojo durante siglos? Estas y otras preguntas incómodas deberán ser enfrentadas y respondidas en algún momento si queremos evadir esta colonización intelectual y moral que afecta a nuestras élites.