Vamos a perder el tiempo
Por Daniela Roitstein, Escritora
El tiempo es esa entidad escurridiza que cada uno mide a su manera. Es cierto, tenemos estándares y parámetros universales: horas, día y meses y años, e inclusive hoy uno puede llamar al 800 800 780 para escuchar la hora exacta en Chile. Pero acaso, ¿es el tiempo una unidad de medida universal? ¿Universalizable? ¿O es algo más íntimo, bordado entre esperas y desamores, entre ansias y angustias, entre resplandores de felicidad intermitentes?
Cuando me preparaba para mi Bat Mitzvá nos ilustraron acerca de Abraham Y. Heschel y el concepto de la "santificación del tiempo". Heschel sostiene que el hombre, ante el temor que siente frente a lo inasible del tiempo, se lanza a conquistar el espacio, lo material, para evitar esa desesperación de lo etéreo. ¡Error!, nos dice el filósofo: el camino más satisfactorio sería persistir en el concepto de tiempo, siendo conscientes de su paso: "Efectivamente, sabemos qué hacer con el espacio pero no sabemos qué hacer con el tiempo, salvo subordinarlo al espacio. Muchos de nosotros nos afanamos en aras de conseguir cosas materiales. Como resultado, padecemos de un temor del tiempo profundamente enraizado y nos quedamos pasmados cuando nos vemos obligados a mirarlo a la cara... no podemos conquistar el tiempo a través del espacio. solo podemos dominar el tiempo en términos de tiempo". Yo tenía 12 años, mi entendimiento en ese momento fue limitado. Era un concepto abstracto que, evidentemente, tuvo que madurar unos cuantos años para que pudiera vislumbrar su maravilloso peso.
Hoy se me viene a la mente Heschel, el tiempo, y el paso cadencioso de los días. Una palabra nos acompaña al amanecer y al anochecer, como señales sobre nuestra frente: cuarentena, ese tiempo tan particular y nuestro, y a la vez social y global. ¿Qué tan universal es el conteo del tiempo cuando de un día para otro, casi sin previo aviso, nos vimos obligados a cambiar rutinas y trayectos, abandonar lugares (físicos) de trabajo y permanecer en casa, junto a los nuestros? O tal vez solos. Con nosotros mismos. ¿Qué tan comparable es tu tiempo al mío, en épocas de la pandemia del Coronavirus? ¿Dura lo mismo mi día de 24 horas, en el confort de mi hogar con jardín, que el de un ser atrapado en un hogar hacinado, tal vez violento, sin bocanada de aire espiritual? Y además, ¿qué hago yo, desde mi jardín, a sabiendas de que otros tienen "otros tiempos" y otras realidades, para santificar el momento y poder "ser" un alguien valioso para el otro?
Milan Kundera, el escritor checo que admiro profundamente, dice en una de sus novelas que un mismo acontecimiento que han vivido dos personas, será recordado más adelante con tan distinta intensidad -puede que hasta uno de los dos ni siquiera lo recuerde- que es allí donde se evidencia la experiencia personal. Seguramente les ha pasado: ustedes recuerdan algo con pelos y señales, y la otra persona ni siquiera tiene registro de lo acontecido. Nos frustramos (¡¿Cómo no lo recuerdas, tú me dijiste... y yo te contesté... y yo llevaba puesto...?!). Nos desencontramos. Porque las experiencias son personales.
Sin embargo: la salvación es en comunidad. Nunca hemos tenido tanta necesidad de contacto, como estos días. No importa si es cocinando, estudiando, haciendo gym o una simple charla de zoom sin ningún motivo particular: necesitamos que el tiempo sea compartido. Precisamos del otro, en tiempo presente, para alivianar la carga. Aunque "perdamos el tiempo".
Cuando mi hijo menor era chico, me preguntó si en mi época existían los limpiaparabrisas. Se imaginarán mi risa, mi coquetería, y mi respuesta. Pues bien: piensen que, en unos años más, la pregunta corriente será si tú existías en la época del Coronavirurs, y qué hacías con el tiempo libre...
"Lo que el alma retiene es el momento del vislumbre interior, más que el lugar donde el acto se produce", dice Heschel. Yo lo entiendo como esa vivencia preciosa, íntima, única, dorada, en que nos damos cuenta del valor de un acto que, para nosotros, tiene un sabor absolutamente especial.
A propósito: esas botas con flecos, mi mamá me las compró. Eran bellísimas. Duraron una eternidad... o al menos eso sentí yo.