Lag Baómer: La fiesta de la diversidad
Por Gachi Waingortin
Pésaj nos enseña que el mundo puede mejorar. Así, al decir de Irving Greenberg, Pésaj se convierte en el motor filosófico del judaísmo. Si quienes nacieron esclavos pueden alcanzar la libertad, entonces, por extensión, todo lo que está mal se puede corregir. El concepto de Tikún Olam, la necesidad y la posibilidad de mejorar el mundo, nace de la festividad de Pésaj.
Pero la libertad de Pésaj es una libertad sin límites. Nos liberamos de la opresión del Faraón, pero nos quedamos en el desierto. Los esclavos recién liberados necesitan esta libertad absoluta, sin limitaciones. Que nadie les diga lo que deben hacer. Las siete semanas del Ómer simbolizan el tiempo que aporta la madurez necesaria para percibir la necesidad de una ley que enmarque esa libertad. Sin ese período de transición, la ley podría sentirse como una imposición que oprime y cercena la libertad. Estas siete semanas sirven para que la ley se convierta en algo compatible con la vida en sociedad. Por eso contamos, día a día, como los presos que cuentan el tiempo que falta para su liberación: la verdadera libertad solo tiene sentido cuando la ley la regula. Pésaj es impensable sin Shavuot. Shavuot no tiene sentido sin Pésaj.
La cuenta del Ómer es una escalera ascendente, pero es también un período de semiduelo. La causa: la muerte de los 12.000 pares de alumnos de Rabi Akiva durante la revuelta contra Roma quienes, según el Talmud, fueron diezmados por una plaga. El carácter festivo de Lag Baómer se debe, por una parte, a que en ese día cesó la mortandad. Pero hay otra razón: el místico Rabí Shimon bar Yojai murió ese día y la tradición afirma que pidió ser recordado con alegría y no con llanto, idea que todos deberíamos sopesar muy seriamente.
La Mishná se desarrolla a la sombra de la destrucción del Segundo Templo. En un intento por preservar el orden cósmico, nuestros sabios establecen que todo lo que sucede debe, necesariamente, ser voluntad divina, y las tragedias que nos ocurren son el castigo por nuestros pecados. Sentir que si modificamos nuestra conducta la situación se podría revertir, otorga una cierta sensación de control. Así, la Mishná asigna una causa a cada tragedia: el Primer Templo fue destruido como castigo por el pecado de idolatría; el Segundo Templo, por el odio gratuito entre hermanos. Los alumnos de Rabí Akiva murieron por no respetarse entre ellos. (Hay que aclarar que esta teología de retribución ha sido revisada por el pensamiento judío y no es la única explicación a las tragedias de la vida).
Es notable la razón que establece la Mishná para la muerte de los 12.000 pares de estudiosos. Según Bereshit Rabá 24:7 Rabí Akiva afirma que la mitzvá “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18) es “Klal gadol baTorá”, la regla principal de la Torá. ¿Cómo se explica, entonces, que justamente los discípulos de Rabí Akiva no se hayan respetado entre ellos?
Aprendí una vez que la dificultad no estuvo en “ama a tu prójimo” (eso lo entendieron) sino en “como a ti mismo”: creyeron que amar al prójimo como a uno mismo significa pretender que el otro sea como uno mismo. Una concepción así olvida que cada persona es única, no solo en su aspecto físico, sino en su manera de interpretar la realidad. Al negar esto, cada discípulo de Rabí Akiva sentía que sus 23.999 compañeros estaban equivocados. La falta de respeto mutuo se debió a que ignoraron la importancia de la diversidad.
En cuanto a Rabí Shimon bar Yojai, según la leyenda narrada por el Talmud (Shabat 33 b) fue condenado a muerte por la administración romana y salvó la vida escondido en una cueva. Allí vivió junto a su hijo por 12 años. Durante su encierro, alimentado milagrosamente por un arroyo y un algarrobo, Rabí Shimon bar Yojai escribió el Zohar (aunque académicamente se sabe que éste fue escrito por Moisés de León en el siglo XIII).
La leyenda afirma que Eliahu Hanaví le anunció que había muerto el emperador que lo perseguía. Pero, al salir de la cueva en un extraordinario estado de elevación mística, no pudo aceptar que hubiera judíos dedicados a la agricultura, a la vida mundana. Y tal fue su ira que sus ojos quemaban todo aquello donde se posaban. D´s, entonces, lo condenó a volver a la cueva por 12 meses adicionales, hasta que fue capaz de aceptar que hay diferentes maneras de honrar a D´s. Logró entender que se puede alabar a D´s no solo a través de la mística sino también mediante el trabajo cotidiano, la tefilá sincera, las mitzvot, la vida simple y honrada.
Estamos en presencia de dos historias aparentemente desconectadas entre sí, salvo por el detalle no menor de que Rabí Shimon bar Yojai era uno de los discípulos de Raví Akiva. Uno que comienza sintiendo que solo su propio y personal acercamiento al judaísmo es el adecuado, pero que finalmente logra aceptar que hay diferentes formas y todas pueden ser válidas. Lag Baómer se transforma así en la fiesta de la diversidad, del respeto mutuo, de la exaltación de las diferencias y la riqueza de la pluralidad. Un judaísmo monolítico jamás habría generado el Talmud ni la creatividad y adaptabilidad que nos caracterizan. El judaísmo siempre ha sido evolutivo y diverso. Lag Baómer nos enseña que así debe seguir siendo.