Aprendiendo a rezar en casa V
Por Gachi Waingortin
En nuestra entrega anterior vimos que el primer párrafo del Shemá Israel nos indica amar a D-s mediante nuestras acciones, tanto rituales (talit, tefilín, mezuzá) como valóricas (educando a nuestros hijos).
El segundo párrafo comienza con las palabras: “Vehaiá im shamoa tishmeú”, y será si escuchares Mis mandamientos, y nos habla acerca de las consecuencias lógicas de nuestras acciones. El mensaje es que, si escuchamos los mandamientos, es decir, si vivimos de acuerdo con la Torá, la lluvia caerá a su tiempo, cosecharemos los frutos de nuestro trabajo y prosperaremos en la tierra buena que D-s nos da. Pero, si no escuchamos los mandamientos, la tierra no dará sus frutos y seremos exiliados. En definitiva, lo que la Torá está planteando es la teología de la retribución: todo lo bueno que nos sucede es premio por nuestro buen comportamiento; todo lo malo, es castigo por nuestros pecados.
Aunque esta teología parece obsoleta (y después de la Shoá resulta hasta obscena) todavía algunos grupos judíos la consideran válida: solo rezando podemos evitar los problemas y, si no se solucionan, debemos aceptarlos con alegría porque D-s los manda para expiar nuestros pecados.
Podemos disentir. En su libro Fragmentos Sagrados, el rabino Neil Gillman explica que dicha teoría funcionó en los albores del pensamiento judío. El Talmud entiende la destrucción del Primer Templo como castigo por el pecado de la idolatría, mientras que la destrucción del Segundo Templo sería castigo por el pecado de sinat jinam, odio gratuito entre hermanos. Pero esta idea no solo nos resulta incómoda a nosotros, judíos modernos: ya resultaba incómoda para nuestros sabios en aquella época. El mismo Tanaj se hace eco de este conflicto a través del libro de Job, que plantea una teología alternativa. Job es un hombre bueno y recto que sufre la pérdida de sus bienes, sus hijos y su salud. Sin embargo, Job se niega a aceptar la teología de la retribución. Sus amigos se la recuerdan y él la niega. Le sugieren que haga memoria, que evalúe su vida en detalle y seguramente encontrará lo malo que ha hecho para merecer el castigo. Pero Job sostiene su inocencia: simplemente no merece lo que le sucede. Su esposa lo insta a que maldiga a D-s y muera, y él se niega a hacerlo. Finalmente, D-s mismo le da una explicación. Y la explicación es que no hay explicación. D-s le dice: ¿Dónde estabas tú cuando Yo creé el mundo? ¿Acaso mediste cuánta agua hay en el océano? ¿Acaso utilizaste una balanza para pesar las montañas? Entonces, cállate. Eres humano, a D-s no lo vas a entender nunca. Lo sorprendente es la respuesta de Job. Él no insiste en su necesidad de comprender. Ante las palabras de D-s, simplemente exclama: “Antes Te conocía de oídas; ahora Te conozco, porque Te he visto”. La declaración de D-s otorga a Job una idea de orden. No entendemos a D-s, pero sabemos que existe un sentido, aunque no lo entendamos. El mundo no es un cambalache, no es incoherente. Hay un orden, aunque como humanos que somos, nunca podremos comprenderlo.
El judaísmo evolucionó desde la teología de la retribución a otros entendimientos de la realidad. Sin embargo, diariamente leemos el Shemá Israel con su segundo párrafo: Vehaiá im shamoa tishmeú, y será si escuchares Mis mandamientos. ¿Por qué seguimos recitando estos versículos diariamente? ¿Cómo deberíamos entenderlos? Quizás la respuesta esté en la continuación del párrafo: una repetición casi exacta del primero pero escrito en plural, a diferencia del primer párrafo, que está en singular. Donde antes decía “ponlas por señales sobre tu frente”, ahora dice “ponedlas por señales sobre vuestra frente”. La diferencia es significativa. Ahora es el pueblo, no el individuo, el que recibe la orden de cumplir las mitzvot. Así, aun cuando la responsabilidad por la conducta es individual, las consecuencias no son para el individuo sino para la sociedad. Ahí la teología de la retribución adquiere un sentido diferente: si como sociedad no cuidamos nuestra conducta, la amenaza de desintegración social y de exilio se torna más comprensible.
Al recitar este párrafo deberíamos reflexionar sobre de varias cosas. Por una parte, en estos tiempos de pandemia el rol individual en el cuidado de todos es acuciante. Cada individuo debe hacerse responsable de su rol fundamental en la protección de la sociedad como un todo. Lo que antes era una idea abstracta hoy muestra sus consecuencias en el día a día.
Otro punto es que la bendición de D-s consiste en el funcionamiento normal de la naturaleza. Mucho más notable hoy, cuando todo lo cotidiano está en jaque. En estos tiempos de desesperación y de quejas, deberíamos actualizar nuestra capacidad para agradecer; nuestra gratitud debería ser infinita. Antes creíamos que el mundo funcionaba porque así eran las cosas y caíamos en el error de dar todo por sentado. Hoy, más que nunca, tenemos que recordar, dos veces al día, que debemos ver la bendición en lo cotidiano. Aunque nunca lo fue, ahora somos más conscientes de que nada es obvio.
También es bueno sentir que nuestras acciones tienen sentido y son trascendentes, que podemos y debemos esforzarnos para ayudar a generar una sociedad donde todos podamos sentirnos cómodos. Los actos de generosidad y solidaridad que están surgiendo durante esta pandemia nos recuerdan que esa fue siempre la manera judía de luchar contra la irrelevancia, contra la falta de trascendencia. Guardar distancia social, respetar las normas de confinamiento, así como ayudar a nuestros vecinos o a nuestros emprendedores, son todas acciones que, además de cuidarnos y cuidar a los demás, nos proveen de un sentido de trascendencia. Tus pequeñas acciones pueden tener un impacto real a nivel social. La responsabilidad es individual pero las consecuencias son colectivas. Nuestro compromiso con lo social debería ser un aliciente adicional para la ética de cada una de nuestras decisiones.